Eva, de 31 años, lleva trabajando desde los 22 pero no ha logrado ahorrar hasta hace 2 años y asegura que su progresión laboral no fue la mayor responsable. A continuación nos explica cómo descubrió la clave:

«Comencé a trabajar en empleos que me permitiesen compaginar trabajo con mis estudios en la facultad (azafata en eventos, clases particulares, cuidado de niños…). En esta etapa, ese dinero, unos 200 euros, iba íntegro a mi ocio.

Apenas un mes después de finalizar la carrera, me llamaron de la universidad para ofrecerme un trabajo remunerado con beca durante un año, ¡mi primer trabajo “estable”! Cobraba unos 600 euros. No estaba nada mal teniendo en cuenta que vivía con mis padres y mi único gasto fijo era la gasolina, unos 100 euros al mes. Tenía 24 años y todavía estudiaba el posgrado.

Y estaréis pensando, “200 euros a mayores, ¿a dónde iban?” Buena pregunta, ¡yo tampoco lo sabía! No añadí más gastos fijos a mis finanzas mensuales y tampoco cambié de nivel de vida. No se sabe a dónde ni cómo, pero si no lo controlas, ¡el dinero se va y sin avisar!

Probablemente fui víctima de los llamados “gastos hormiga sin darme cuenta: si tenía que hacer un regalo, era más espléndida… De paso que iba a imprimir apuntes, alguna carpeta o subrayador siempre me llevaba (¡qué perdición la decoración de apuntes!)… Y como la cuenta todavía no estaba de color rojo, si me apetecía darme un homenaje, ¡cambiaba café por desayuno completo en la facultad!

El sueldo volvió a crecer y la cuenta seguía vacía cada fin de mes

Acabé mi beca un abril y en julio, finalizaron mis estudios de posgrado. Me vi de manos vacías económica y laboralmente… ¡Horror! Sprint dejando mi currículum en diferentes tiendas de ropa para continuar sin depender en exceso de mis padres mientras me buscaba un hueco en mi sector, la comunicación.

El sueldo de dependienta era muy jugoso… Y teniendo en cuenta que estábamos en plena crisis, no me extrañó demasiado que muchos de mis compañeros de tienda decidieran tirar la toalla y asegurarse allí.

Ahora sí, a mis 26, tenía ya algunos gastos más: colaboraba sobre todo con compras del súper, si hacía falta algo en casa lo adquiría yo misma y frases como “papá, ¿me dejas 20€ para… me compras unas zapatillas de…?” ¡Ya las había superado! Pero el dinero seguía fluyendo sin ningún tipo control por mi parte y a final de mes, ¡la cuenta hacía eco!

¡Hasta aquí hemos llegado! Análisis y control de gastos

Encontré mi primer empleo en mi sector como auxiliar de producción para un canal autonómico. Sin beca, ni prácticas, ni colaboraciones, ¡un trabajo de verdad! Y con un sueldo también de verdad para quien comienza su trayectoria: alrededor de 950 euros.

Fue en ese momento cuando pensé que tenía que hacer algo. Ya tenía un sueldo muy decente para mi situación y quería ahorrar e independizarme con mi pareja.

Ignorante de la cantidad de métodos de ahorro que existen, comencé a anotar y controlar todo lo que gastaba. Y cuando digo todo es todo.

Lo hacía en una libretita en la que ponía en una hoja los días de la semana y, en cada uno de ellos, los gastos (desde el billete de bus hasta esa crema hidratante para el pelo). Quería saber en qué gastaba, en qué se me iba el dinero sigilosamente. Necesitaba tomar las riendas de mi economía. A partir de ahí ya sabía cuál era el margen semanal del cual no debía pasarme. Si había decidido ir el sábado a cortarme el pelo, sabía que probablemente la limpieza integral del coche quedaría para otra semana.

Del resultado de restarle a los ingresos mensuales el importe para las 4 semanas, salía la cuantía que quedaba de resto. Bauticé esta partida con el titular “otros gastos” y la metía en la franja inferior de la hoja. Ahí iban los gastos extra del mes: cena de fin de curso, revisión de la vista, regalo del día de la madre…

Lo logré, sí que ahorré. Pero poco y sin mérito ni esfuerzo. Yo solo era espía de mis gastos: sabía que si una semana me estaba pasando del margen, ¡cuidado! Pero no tenía un objetivo ni una organización y tampoco me reservaba un % para ahorro. Además, mi situación vital era la misma y mi salario había aumentado.

A la conquista del ahorro

Era ya una experta en el control de mi economía, sabía cuánto podía gastar y cuánto no, cómo iba a estar de holgada ese fin de mes, pero ahora quería ir un paso más allá: ahorrar.

Había comprobado que, incluso siendo meticulosa analizando y repartiendo gastos, el dinero seguía escapándose: “¿que esta semana voy con 30 euros de ventaja? Pues en vez de peli-pizza en casa, un cine con su posterior hamburguesa”.

Así que, al desglose que os comentaba, añadí un paso más: 150 euros se iban a descontar directamente de la libreta donde anotaba todo. Cobraba 900 pero disponía solo de 750. Ni lo noté gracias a la costumbre que ya tenía de organizar la economía por semanas. ¡Comencé a superar gastos superfluos, evitar sustos al entrar en mi cuenta del banco y a tener las riendas del ahorro!

Llegó la independencia y con ella, los grandes gastos fijos

La libreta sufrió un cambio cuando me mudé. Ya no solo había que separar los importes para cada semana, lo que quedaba para “otros gastos” y los 100 euros de ahorro. La luz, el agua, el alquiler y el súper llegaron pisando fuerte, tanto, que era el momento de abrirme otra cuenta para tener más visualmente clara mi economía.

De primeras, no sabía cuánto debía de destinar a cada partida así que eché cuentas preguntando a familiares y amigos y con los meses, fui afinando. A día de hoy, cobro 1100 euros y este es el desglose:

- El día 1 de cada mes hago una transferencia directa de 400 a mi segunda cuenta en la que he domiciliado las facturas (80 euros), el alquiler (200 euros), el seguro del coche (20 euros), y a donde van también el ahorro (100 euros), nada más cobrar. Me quedan 700 euros.

El simple hecho de haberme acostumbrado a llevarme cada mes una pequeña y estudiada parte para los gastos que no son mensuales (facturas, seguros…) ¡hace que no duelan cuando llegan! Además, no disponer en mi cuenta diaria del dinero que me van a retirar hace que tenga de un vistazo mi cuantía disponible. ¡Evito sustos!

- Lo restante sigue desglosado por semanas. Me ayuda a controlar mis gastos del día a día:

150 euros a cada semana, de los cuales resto 25 euros de gasolina y 40 para la compra semanal del supermercado. ¡85 euros solo para mí!

- Los restantes 100 euros siguen yéndose a “otros gastos”. Y de ahí saldrán regalos de cumpleaños, un secador de pelo porque el mío ha dicho hasta luego, imprevistos como una multa de aparcamiento el mes pasado… Y si sobra algo porque ha sido un mes relajado… ¡También a la cuenta donde va el inicial ahorro!

Ojo: en meses más revolucionados como el de la boda de mi mejor amiga o agosto, donde además de celebrar mi cumpleaños, suelo hacer escapadas de fin de semana, normalmente hago redistribuciones. La clave está, siempre, en sentarme 20 minutos los primeros días de mes a pensar qué me deparan los próximos 31 días y desglosar de una manera realista.

Sé que algún día probablemente este método cambie, por ejemplo, si soy mamá, pero para entonces ya conoceré bien muchos de mis gastos y sabré por dónde empezar a modificar para continuar viviendo tranquila, ¡con mi economía personal bajo control!»